martes, 2 de octubre de 2012

EFICACIA PRAGMÁTICA

Es comprensible que el objetivo primordial de un centro deportivo sea consolidarse como negocio rentable. También lo es que despliegue cuantas estrategias sean necesarias para lograrlo, usando las adecuadas técnicas  de marketing  destinadas a la captación y afianzamiento de usuarios de sus instalaciones. El interés de gerentes y propietarios de estos centros por ver pobladas todas sus secciones, aviva su imaginación llegando en algunos casos a tejer un auténtico macramé mercadotécnico, lo que no es poco meritorio.


Desde mi punto de vista, dando por válido lo arriba expuesto, conviene revisar el funcionamiento de gimnasios y centros de fitness en general, con el fin de esclarecer cuáles son los objetivos esenciales de prestar un servicio cuya esencia es alcanzar un buen estado de forma. Reconozcamos al menos que es esta la aspiración en virtud de la cual los asistentes a nuestros centros solicitan nuestra aportación profesional. Pero también sabemos que el concepto de estado de forma es variable en función de quién lo interprete. Para unos no pasa de mejorar ligeramente su condición física, mientras que para otros supone alcanzar el límite de sus posibilidades, por lo que establecer patrones comunes mantenidos en el tiempo resulta de todo punto absurdo.
No es difícil entender que la principal preocupación en la tarea de gestionar un centro de fitness sea captar el mayor número de clientes y mantenerlos el mayor tiempo posible. A tal fin se les facilita la práctica de una variedad de actividades a menudo envueltas en ofertas tentadoras económicamente, estrategia que induce en muchos casos a la asistencia diaria al gimnasio que, con no poca frecuencia, resulta en varias horas dedicadas al entrenamiento en distintas actividades cada día. Aún comprendiendo la grata emoción que produce la profusa demanda de actividades en los gimnasios y el acopio de usuarios que solazmente las disfrutan, soy de la idea de que esta táctica debe ser puesta en tela de juicio, si no desde un punto de vista ético, sí al menos en un sentido estrictamente profesional.

Si asumimos responsablemente la honrosa labor de actuar como asesores y orientadores de nuestros clientes, tendremos claro que el beneficio de estos, en el sentido que nos concierne, debe ser el objetivo prioritario. Para ello es indispensable conocer sus propósitos, asunto que no siempre es fácil. A lo largo de muchos años de observación he comprobado que son muchos los que no declaran abiertamente los motivos reales de su interés por el entrenamiento; de hecho, no es infrecuente apreciar incoherencia entre la opinión y el comportamiento de no pocos de ellos. Y si bien para algunos es suficiente el entretenimiento, incluso la sana diversión que hallan en la práctica variada de actividades físicas, en otros (probablemente la mayoría) la motivación está inducida por el entusiasmo (a veces desaforado) de obtener mejoras físicas concretas que, aún cuando estén vinculadas a la actual y creciente conciencia colectiva de vida saludable, también están claramente influidas por un componente estético que estimula el deseo de mejorar su aspecto físico acorde con los patrones y modelos vigentes.
Desde distintos medios se proclaman con insistencia los beneficios derivados del ejercicio físico, dando por hecho que cualquier grado de actividad por encima del mero estado sedentario aumentará nuestro caudal de salud. Bueno, podemos aceptar este concepto con algunos matices, pues cualquier profesional del fitness sabe que entre el nivel subsiguiente a la inactividad y un óptimo estado de forma, media mucha distancia. Ahora bien, alcanzar ese óptimo o simplemente buen estado de forma, es lo que debe comprometernos profesionalmente con los clientes que lo demandan, que como sabemos son la mayoría, lo declaren o no.


En las últimas décadas se ha propagado tanto la conveniencia de hacer ejercicio, que su práctica ha ido popularizándose e insertándose en nuestra cultura convirtiéndose en una implantación cada vez más aceptada. Hacer ejerció es bueno, se afirma. Es verdad, pero hasta qué punto lo es, en qué medida, con cuánta frecuencia, con cuánta intensidad y duración por sesión. Son algunas de las preguntas que no debemos dejar de hacernos cuando de orientar a quienes nos pagan se trata. 
Por tanto, la mínima exigencia profesional aceptable pasa ineludiblemente por acometer diligentemente la planificación, asesoramiento e información que permita orientar al cliente en un sentido útil y pragmático además de seguro, esto nos llevará a racionalizar la actividad física a favor de la efectividad, por lo que difundir la idea de que el ejercicio físico excesivo o desmedido puede acabar comprometiendo el deseado buen estado de forma y de salud es parte importante de nuestra competencia profesional.



 

No ignoro que entre lo más conveniente en un sentido lato para el practicante de fitness, y el afán de lucro mediante su explotación protocolizada (sic), puede producirse una dicotomía de difícil conciliación, pero finalmente nos veremos obligados a elegir optando por la decencia profesional si somos exigentes y poseemos la mirada extendida de quien valora los resultados a largo plazo, o en caso contrario, por la tentadora creencia de que la competitividad consien dominar el ardid de la venta con alta rentabilidad inmediata cuyo fin justifica cualquier táctica a favor del beneficio unilateral. Más que un juicio de valor, aunque pueda estar implícito en mi afirmación inevitablemente, lo que intento es establecer una diferencia entre ambos planteamientos, sin perjuicio de que existan otras posibilidades. En mi opinión, buscar la eficacia en la consecución de los objetivos de los clientes mediante la aplicación de los recursos exactos para su logro, añaden un valor ético imprescindible para llegar a ser reconocido profesionalmente.
 
 


     
 AUTOR: Antonio Manzano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 
Gym Factory © 2014 gymfactory.net & Gym Factory . ...