lunes, 4 de noviembre de 2013

EL SÍNDROME METABÓLICO Y EL EJERCICIO FÍSICO

El síndrome metabólico es una enfermedad que se debe a la insensibilidad o poca efectividad de la Insulina; es decir, es un tipo de diabetes. Es un problema hormonal que altera el medio interno del cuerpo y que hace que la persona tenga un riesgo enorme de padecer otras enfermedades graves: cardiovasculares, cirrosis, cáncer, demencia, etc.


Las enfermedades que caracterizan el síndrome metabólico son diabetes, obesidad, hipertensión arterial (HTA), aumento de los triglicéridos y descenso del colesterol “bueno”. Se considera que una persona padece la enfermedad cuando tiene 3 de estas 5 afectaciones, siendo una de ellas la diabetes.
Todas las alteraciones del síndrome tienen un origen común: es una diabetes debida a la insensibilidad a la insulina y un aumento de la glucosa en la sangre. La ineficacia de esta hormona altera el conjunto del metabolismo y, por ejemplo, se acumulan ácidos grasos asociados a la glucosa (dando lugar a la “gluco-lipotoxicidad”). El conjunto del organismo sufre un estrés “oxidativo” (es decir, se quema), con un exceso de radicales libres que literalmente “queman” los tejidos. Otros problemas intermedios son la situación inflamatoria generalizada, el mal funcionamiento de las mitocrondrias (la maquinaria que saca energía de los alimentos) y las alteraciones neuronales y de la expresión genética. 
Las personas con síndrome metabólico deben controlar con mucho cuidado la concentración de la glucosa en la sangre. Cuando la cantidad de glucosa es muy elevada se produce una asociación de la misma con la Hemoglobina dando lugar a la Hemoglobina glicosilada (Hb-Glu). Este producto es el más peligroso del síndrome. La molécula Hb-Glu hace mucho daño a la pared de los vasos sanguíneos. El recubrimiento de las arterias, capilares y venas sufre una gran erosión por el incremento del azúcar en la sangre. La Hemoglobina glicosilada produce daños, sobre todo, en los vasos más pequeños especialmente en el riñón, la retina o la piel.
Si asociamos la diabetes con las demás enfermedades del síndrome, el recubrimiento de los vasos sanguíneos se ve atacado por muchos agentes tóxicos: oxidantes, inflamatorios, depósitos de colesterol, aumento de la presión directa, etc. En los grandes vasos, arterias y venas, se produce fibrosis (se vuelven rígidos) lo que provoca la hipertensión arterial (> 140 / 90 mm.Hg.). La fibras del corazón aumentan de tamaño por la sobrecarga y se contraen más rápidamente (por tanto el periodo de reposo es más corto y se oxigenan peor), consumen más energía y el miocardio se hace más rígido por la fibrosis.
El síndrome metabólico no es un problema banal. Al contrario, una persona obesa, hipertensa, diabética y con alteración de las grasas en la sangre es una “bomba de relojería” a punto de padecer una enfermedad cardiovascular u otras de las citadas anteriormente. Las enfermedades que aparecen más rápidamente en personas con este síndrome son la insuficiencia renal y la enfermedad diabética de la retina. Como vemos, se afecta el organismo en su conjunto.

Cuando un músculo se contrae, la “puertas” de sus células se abren automáticamente sin necesidad de insulina para que entre la glucosa y otros nutrientes en las fibras muscularas. Es el llamado efecto “insulino like” del ejercicio. La glucosa de la sangre disminuye porque se va hacia el interior de los músculos. Así la diabetes se va controlando progresivamente. Un diabético que toma insulina o toma “la pastilla del azúcar” debe reducir las dosis cuando hace ejercicio. En resumen, la actividad física puede ayudar mucho a una persona en esta situación porque el beneficio principal del ejercicio va a la raíz del problema.
El ejercicio usa la glucosa como combustible en los ejercicios de intensidad media y esta glucosa la obtiene tanto de las reservas internas de la fibra como de la glucosa que entra desde la sangre por el mecanismo que hemos descrito antes. El uso de la glucosa de la sangre sirve para reducir la concentración en la sangre tanto durante el esfuerzo (por su consumo) como después de él (por la recuperación de las reservas de glucógeno). Además, después del ejercicio los músculos deben recuperarse, lo que deja una “huella” de mayor consumo de energía dependiendo del tipo de ejercicio que hemos hecho. Los trabajos de baja intensidad, cardiovasculares, consumen mucha energía durante la sesión pero el metabolismo basal se recupera con facilidad. Los ejercicios de alta intensidad, los intervalos o la musculación consumen relativamente poca energía durante la sesión pero mantienen alto el metabolismo durante un periodo de tiempo mucho más largo (desde 24 horas hasta 2 o 3 días, según la intensidad). Estamos quemando calorías “extra” durante más días y eso beneficia tanto a los niveles de glucosa en la sangre como a los demás factores de riesgo. 
Otro beneficio que obtendremos al entrenar, en especial, cuando se practican actividades cardiovasculares, es que se bombea más cantidad de sangre. Esto hace “una especie de masaje” en los vasos sanguíneos que los vuelve más elásticos; se reduce la hipertensión arterial y sus efectos. 
En conjunto, el mayor consumo de energía que ocurre durante la práctica deportiva quema grasas, reduce la obesidad y las grasas de la sangre; y el conjunto del organismo normaliza su estado metabólico, especialmente el de la insulina-glucosa, que es el que más nos interesa.
Pasamos de ser una “bomba atómica metabólica” a normalizar el equilibrio interno de nuestro cuerpo.

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