miércoles, 3 de octubre de 2012

FALTA ALGO

Este artículo está basado en un cuento relacionado con las Artes Marciales. Corresponde a una transcripción proveniente de fuentes históricas japonesas relacionadas con el Budó y la evolución del Kárate. Describe las posibilidades que existen para expresar originalidad y creatividad cuando damos rienda suelta al juego libre de nuestras mentes, cuando se encuentran en estado de máxima libertad.

                                       

Y también nos habla de la naturaleza y el origen del impulso creativo, así como de saber llegar a esa elusiva y profunda fuente interior desde donde surgen la pasión y la originalidad artística.
Es la historia de un joven instructor de Karate desde la suficiencia técnica hasta lograr una expresión artística más profunda y genuina. Expresión que surge libremente y sin obstáculos desde ese profundo y oscuro abismo interno donde se encuentra nuestro ser más autentico.
En Japón diseñaron un nuevo karategui. Un maestro de Kárate descubrió su belleza así como las mayores posibilidades para expresar el movimiento y lo llevo a su ciudad, donde impartió clases de alta calidad. Una noche un grupo de maestros y amantes del Kárate que vivían en cierta ciudad lo invitaron para que participe en una exhibición. Al final de la exhibición lo invitaron a que realice una kata. Cuando terminó hubo silencio durante un largo rato. Luego, desde el fondo, se oyó la voz del maestro más viejo y de mayor grado de todos los presentes: “¡Como un dios!” - entendiéndose por tal el arte y proceso de creatividad en su máxima expresión.


Al día siguiente, mientras hacia la maleta para marcharse, los otros maestros se le acercaron y le preguntaron cuanto tiempo se tardaría en aprender a realizar una kata con tanta excelencia. “Años,” respondió. Le preguntaron si tomaría un alumno y respondió que si. Cuando se fue, los maestros decidieron entre ellos enviarle a un joven instructor de Karate primer Dan muy talentoso, sensible a la estética, diligente y confiable. Le dieron dinero para vivir y para pagar las clases del maestro y lo enviaron a la ciudad donde aquel vivía.
El alumno llego y fue aceptado por el maestro, quien le dio una sencilla y única kata para que realizara. Al principio el alumno recibió una instrucción sistemática y metódica, y aprendió con facilidad. Todos los días llegaba puntualmente para la clase, se vestía con el nuevo karategui, y procedía a realizar la kata … y el maestro solo podía decir: “Falta algo.”
El alumno se esforzaba de todas las formas posibles; practicaba horas y horas, pero día tras día, semana tras semana, todo lo que el maestro decía era: “Falta algo.” El alumno pidió al maestro que cambiara la kata, pero el maestro se negó. La ejecución diaria de la kata, y la consecuente respuesta de: “Falta algo” continuaron durante meses. Con el paso del tiempo la esperanza de éxito del alumno así cómo su miedo al fracaso se intensificaron, y su estado de ánimo pasó a oscilar entre la duda y la desesperación.

                             

Finalmente, no pudo soportar más el dolor de su frustración, y una noche decidió marcharse en silencio. Vivió un tiempo más en la misma ciudad, hasta que se quedó sin dinero, y empezó a beber para aliviar sus penas.
Por fin, ya en la miseria, volvió a su ciudad natal. Cómo le daba vergüenza mostrar la cara a sus colegas y maestros, decidió vivir en soledad en una choza en el campo. Todavía poseía su nuevo karategui, todavía practicaba, pero ya no encontraba ninguna nueva inspiración en el Kárate. No obstante, y a través de su práctica diaria, consiguió penetrar en su propia naturaleza humana. Así fue como aprendió a expresar su dolor a través de la kata. Los granjeros que pasaban lo veían practicar, y le enviaron a sus hijos para que les enseñara. De esa manera vivió durante años.
Una mañana alguien golpeo su puerta. Era el maestro más viejo y de mayor grado de la ciudad, junto con el más joven de los estudiantes. Le dijeron que esa tarde se celebraría una exhibición, y que no se realizaría sin su presencia. Con cierto esfuerzo lograron vencer los sentimientos de miedo y de vergüenza del alumno, quien casi en trance tomo su nuevo karategui y fue con ellos.



Comenzó la exhibición. Mientras el alumno permanecía sentado nadie interrumpió su estado de profundo silencio mientras miraba en su abismo interior. Por fin, al finalizar la exhibición, lo llamaron para que realizara una kata. Asintió con la cabeza, y se presentó ante el resto. Inmediatamente supo que él y su nuevo karategui eran un “Uno” integro e indivisible, y que se habían disuelto las fronteras entre el (como sujeto), y el karategui y la kata (como objetos). Ahora, sin dualidades, estaba en contacto con todo y todos.
En ese momento sintió que no tenía nada que ganar ni nada que perder, y comenzó a ejecutar la misma kata que con anterioridad había realizado tantas veces para su maestro. Cuando termino se hizo un largo silencio. Luego se oyó la voz de un maestro viejo y de muy alto grado, quien dijo con suavidad desde el fondo del dojo: “¡Como un dios!”
“¿Quién es usted?” dijo el alumno, y desde el fondo una voz le respondió: “Soy tu antiguo maestro.” Pregunto el alumno: “¿Falta algo?”. La respuesta fue “No, ya no falta nada, solo faltabas tu, tus sentimientos, y tu esencia humana. Tu técnica era buena pero faltaba ese algo tan profundamente humano y de tan difícil definición que la practica repetitiva jamás sería capaz de lograr – faltaba unir a tu técnica tus sentimientos y calidad como ser humano.”
En el Kárate el cuerpo se mueve a través de un espacio tridimensional con infinitas posibilidades a modo de un juego libre, donde el significado de los movimientos se hace manifiesto tanto en los pequeños detalles como en la expresión global. Para ser considerado arte, esos movimientos y significados deben ser auténticos, nuevos y frescos, deben reafirmar las verdades de la persona que los expresa, deben entretener y deleitar, y a la vez deben poseer un alto grado de calidad.
Podemos practicar a lo largo de toda una vida sin cumplir nunca totalmente con estas exigencias. Para expresar significado y calidad en el Kárate debemos encontrar cierto placer en las tareas difíciles o imposibles, y poseer la voluntad de tolerar la frustración, un toque de Quijote.
No hay nada que pueda detener el proceso creativo. Abundan los ejemplos de arte realizados en la cárcel, el más famoso de los cuales es el “Don Quijote” de Miguel de Cervantes. El escritor E. E. Cummings escribió su famosa obra literaria: “The Enormous Room” en una prisión sucia y atestada en Francia durante la primera guerra mundial. Olivier Messiaen compuso el “Cuarteto Para el Fin del Tiempo,” uno de los mayores logros de la música del siglo XX, en uno de los peores campos de concentración conocido hasta la fecha: Stalag Luft VII en Silesia. Messianen permaneció allí en el crudo invierno de 1941 y creo ocho movimientos musicales de algo que, según sus propias palabras era: “una luz constante de inalterable paz.”

                               

Todo lo anterior apunta a que seamos artistas espontáneos, que seamos nosotros mismos, que escuchemos a nuestras respectivas musas, que hablemos con nuestra única y autentica voz, y que seamos libremente creativos en la expresión de nuestro ingenio más ingenuo. La creación espontánea siempre surge de lo más profundo de nuestro ser, y del fondo de nuestro abismo interno. Lo que tenemos que expresar ya está con nosotros, es nosotros, de manera que la obra de la creatividad artística no es cuestión de ir en búsqueda del material “ahí fuera” sino de desbloquear los obstáculos para su flujo natural a partir de “ahí dentro.”
De esta manera la mas mínima creación se convierte en un acto de supremo coraje expresivo en el que los sentimientos del artista y su mundo padecen la alquimia de convertirse en algo muy diferente, un objeto con belleza y maravilla. Cuando esta rara alquimia madura completamente en nuestro interior, nuestro arte adopta las más variadas manifestaciones creativas posibles. En esos momentos confluyen nuestra atención e intención, a la vez que se fusionan nuestra inocencia y experiencia. Es ahí cuando somos realmente libres para expresar nuestro arte con la frescura y la creatividad de “¡un dios!”
                                 

AUTOR: Dr. Guillermo A. Laich de Koller



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